Con llagas en los pies, cansados, heridos por arma blanca llegan los migrantes a la casa de Martín Ortíz Montes, un líder de la Iglesia Católica en la comunidad de 7 de
mayo
del municipio de El Triunfo, en Choluteca.

Tiene 40 años de servir en la iglesia, pero desde el año 2020 no pudo ser indiferente al sufrimiento que viven los migrantes que cruzan por su caserío.

Él, su esposa Berta y también el hermano en Cristo, Félix Carranza, se convirtieron en "ángeles de migrantes" para quienes llegan cansados, con llagas en los pies, hambrientos, sedientos y golpeados.

Otros llegan hasta heridos por arma blanca o armas de fuego.

Son unos 70 extranjeros indocumentados que circulan a diario por la 7 de mayo, pero hay ocasiones en que ese número se duplica.

Martín es el que sana las heridas de hombres y mujeres. Algunos llegan con llagas en sus pies, otros con picaduras de insectos, pero hay quienes también llegan atacados por arma blanca o de fuego.

Ellos son víctimas de las bandas que se han formado en la frontera y que acechan a los indocumentados.

Están no solo en el cruce legal, sino también en los puntos ciegos. Por eso Martín habilitó su casa para dar posada al necesitado.

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"No puedo ser indiferente"

“Colaboro con la gente herida, con la gente que asaltan, no puedo ser indiferente”, expresa Martín a tunota.

La casa de Martín es albergue. El hogar de Martín sirve de albergue para los migrantes.

En el corredor que tiene en la entrada, coloca las colchonetas que ha conseguido con la misma iglesia e instituciones como Cruz Roja, Plan Internacional y otras agencias.

No solo les da un espacio para el descanso, sino que además alimenta al grupo de extranjeros que a diario camina por las calles polvorientas de la comunidad.

“Tenemos hasta medicinas para ayudarlos. Es una colaboración que nace del corazón, porque hay que ayudar al necesitado”, dice Martín.

Cuando los migrantes transitan por el caserío, la gente les dice que en la casa de Martín hay agua, pan y un lugar para el descanso.

“Estuvimos solos, pero cuando llegó el Centro de Derechos Humanos y el padre Florentino, nos apoyaron y nos capacitaron en Cáritas para dar una buena atención a los hermanos”, cuenta.

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“La Policía me tachó de coyote”

Ayudar tiene un costo para Martín. Varias veces ha tenido que librarse de ir preso por dar posada a los migrantes.

“La Policía lo enchacha a uno si ayuda a un migrante, porque dicen que soy uno más de los coyotes”, señala.

Pero Martín en este voluntariado ha aprendido hasta de leyes y cuenta que a un teniente "lo puso claro" cuando llegó a la casa, porque lo quería meter preso por
tener 20 migrantes.

“Hay un Código Penal que en el artículo 397 dice que si alguien pide auxilio y no lo ayudo, son tres meses de prisión, y también la Constitución nos habla de protección.

Entonces, hay que ayudar a todo ser humano, sea negro o sea blanco y más si bienen con llagas en los pies y heridos", argumenta.

Martín es un buen cristiano y confiesa a tunota que no puede dejar a las personas sin ayuda y lo ha hecho incluso cuando antes la misma autoridad “agarraba a tiros a los migrantes”.

“La gente caía herida y venían a dar acá para que los auxiliara. Dígame cómo podía dejar de ayudarlos. Es por humanidad que uno ayuda. No me sacaron la gente, porque les cerré las puertas. Yo soy el dueño de mi casa”, dice Martín.

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Cuidado permanente

La dedicación de Martín para atender a los migrantes llega incluso a pasar noches enteras de desvelo.

"Los cuido y no importa si eso implica desvelarme. Muchos pasan con fiebre y hay que esperar que amanezca. De noche no pueden ir por ese camino”, cuenta.

De 14 a 20 migrantes ha llegado a tener Martín en su casa y a todos los ha cuidado por igual. Hasta los mismos coyotes los refieren porque saben que Martín los cura y de gratis.