Francisco Herrera tenía tres años de edad cuando se mudó a Nueva Orleans, donde su padre, un diplomático, fue enviado como cónsul.

Tiempo después vivió en Nueva York y en La Ceiba, Atlántida. "En La Ceiba hice el quinto grado, en la Escuela Mazapán, pero solo vivimos un año allí", recuerda.

Cuando cursaba el último año de bachillerato tenía claro lo que quería. "'Quiero estudiar medicina', le dije a mi papá, quien también era médico pero a quien no logré darle el abrazo de colega", lamenta.

Su padre, don Víctor Herrera, murió cuando él realizaba su internado rotatorio en el Hospital San Felipe de Tegucigalpa, Francisco Morazán.

De joven quiso ser oftalmólogo, pero el tiempo lo llevó hacia otros rumbos. Terminó enamorándose de la patología y de la docencia. "Ambas están estrechamente relacionadas", razona.

El rector de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) es un hombre jovial y alegre, pero serio y comprometido al mismo tiempo.

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Su etapa inicial de vida transcurrió en el icónico Barrio Abajo, pero vivió -hasta el momento- en siete ciudades diferentes.

Una pila de papeles pendientes por firmar, colocados sobre su escritorio, y una taza de café junto a unas galletas hacen parte de la entrevista. También nos rodean retratos de próceres como José Trinidad Reyes, el fundador de la UNAH, y José Cecilio del Valle, entre otros. "¿Estamos listos para comenzar?", pregunta. "Sí, estamos listos", respondo.

Pregunta: ¿A qué se enfrentó cuando asumió la rectoría de la UNAH?

Respuesta: Me encontré con mucha tensión. En 2017, año en que asumí, se vivía una etapa en la que había bastante división entre los estudiantes y las autoridades. Hablo de pugnas muy serias y de mucha confrontación.

Ese distanciamiento y esa animadversión, considero, fue el reto más grande que enfrenté y de la única forma que logré superarlo fue sentándome a dialogar con los estudiantes.

El día que fui juramentado, recuerdo, hablé con ellos antes de llegar a la oficina. Los cité en la Plaza Cuatro Culturas de Ciudad Universitaria, sin ningún acompañante, para decirles que era necesario limar nuestras asperezas. Esa semana pactamos reunirnos y puedo asegurarle que, desde ese momento, no hemos vuelto a tener un distanciamiento absoluto.

De izquierda a derecha: Herrera, Salvador Moncada, Lily Pérez y Marco Tulio Medina. Foto: Archivo de Francisco Herrera

P: ¿Y qué consiguió?

R: Tuvimos que sentarnos con los polos opuestos, se hizo el reglamento estudiantil, que después se publicó en el Diario La Gaceta. Con ello logramos algo muy importante, las elecciones estudiantiles, que estaban pactadas para llevarse a cabo en abril de 2020 pero que, con la pandemia del covid-19, han tenido que postergarse.

P: ¿Cuándo se llevarán a cabo las elecciones?

R: Nosotros, como autoridad, les hemos dado todas las facilidades para que decidan el momento en que realizarán sus elecciones. Por nuestra parte, se han hecho grandes avances, uno de ellos es la implementación del voto electrónico, un sistema sólido y seguro. Es necesario que cesen los interinatos, la universidad necesita volver a tener autoridades en propiedad.

P: Doctor, hábleme de la disponibilidad presupuestaria de la UNAH y de la polémica que ha surgido al respecto durante las últimas semanas.

R: El gobierno tiene que entender que cumplir con la UNAH no solo es pagar la luz y los salarios, sino que también debe de haber una inversión en infraestructura y en tecnología. Necesitamos ese seis por ciento que ordena la Constitución de la República para garantizar las mejores condiciones para nuestra universidad.

Por el contrario, ese presupuesto se tambalea, del año anterior (2020) nos adeudan 460.1 millones de lempiras. Son deudas que están allí y que deben honrarse (…) la universidad tiene proyectos que cumplir, la creación de carreras nuevas es uno de ellos.

P: ¿Cómo está la relación con las demás universidades hondureñas?

R: Las universidades de Honduras por primera vez están unidas. Las decisiones que se toman en el Consejo de Educación Superior (CES) son unánimes, últimamente hemos desarrollado el concepto "Universidad hondureña", en donde las 21 universidades en el país trabajamos, al unísono, en temas críticos y fundamentales para la vida nacional y para la formación de los nuevos jóvenes.

P: ¿Qué representó la pandemia y la consecuente virtualidad?

R: En el CES fuimos los primeros en declarar que la pandemia nos sometería a un confinamiento, creo que lo hicimos 48 horas antes que el gobierno. Evidentemente el confinamiento nos dejó perplejos, pero hubo resiliencia. Considero que tuvimos la posibilidad de responder de buena manera, pues en ese momento solo teníamos mil aulas virtuales y en menos de una semana pasamos a 10 mil. Eso hizo que tuviésemos la oportunidad de avanzar.

P: ¿Y la deserción?

R: Mire que ese ha sido uno de los principales problemas que hemos enfrentado. En febrero de 2020 habíamos llegado a una cifra récord, más de 90 mil estudiantes se habían matriculado. Pero la pandemia bajó el número a 75 mil. Fue un impacto fuerte, sin duda alguna, haber perdido a tantos estudiantes ese año.

P: ¿Por qué tanta deserción?

R: Es lamentable no haber logrado que el gobierno comprenda que la conectividad es parte de la canasta básica, es vergonzoso que tengamos una de las peores conectividades en la región. Esos son temas que, como país, tenemos que revertirlos (…) necesitamos una conectividad apropiada.

P: Usted me habla de resiliencia, ¿han aprovechado la virtualidad?

R: Sí, probablemente todas las carreras terminarán siendo híbridas. Ahora, con la implementación de las aulas virtuales, podremos invertir más en laboratorios. El impacto, en sí, es hacer que se comprenda que como universidad estamos en un proceso vertiginoso de cambio. Se requiere de una reingeniería absoluta, que sirva como base para saber administrar la evolución de las carreras. Debemos de plantearnos el lanzamiento de nuevas carreras, prepararnos para ofertarlas.

P: Ahora sí, hábleme de su vida, doctor… ¿cómo fueron sus primeros años?

R: Nací precisamente en este barrio donde nos encontramos -el Barrio Concepción de Comayagüela-, al otro lado de la calle. Mis primeros años de vida transcurrieron en el Barrio Abajo y durante ese tiempo fui cuidado en la guardería del Instituto Salesiano María Auxiliadora, donde una tía, Sor Isabel Alvarado, era monja. Posteriormente, cuando cumplí tres años, nos fuimos a vivir con mi familia a los Estados Unidos. Eso ocurrió en 1957.

A mi papá, que era diplomático, lo enviaron como cónsul primero a Nueva Orleans y después a Nueva York. Para mí, que estaba muy pequeño y que apenas aprendía a hablar, el inglés fue mi primer idioma. En mi casa sí hablábamos español.

P: ¿Cuándo regresó a Honduras?

R: En 1963 regresamos al país, ahora a vivir en La Ceiba. Allá estudié en la Escuela Mazapán, el quinto grado, pero solo vivimos allí un año antes de regresar a Tegucigalpa. Aquí terminé el sexto grado en la Escuela Americana y luego mis papás decidieron que estudiaría en el Instituto Salesiano San Miguel, donde me gradué del bachillerato.

Allí hice grandes amistades que todavía perduran. También con algunos profesores, que aún viven, he mantenido contacto. Fue una época fabulosa en mi vida.

Herrera junto a su madre, Estela Alvarado. Foto: Archivo de Francisco Herrera

P: ¿Fue un estudiante de excelencia académica?

R: Intermitentemente. Durante la infancia y la adolescencia era un tanto inquieto, pero sí, intermitentemente fui un estudiante de excelencia académica.

P: ¿En qué momento decidió estudiar medicina?

R: Mi padre era médico, él influyó en mi decisión, aunque nunca me presionó para estudiar medicina. Jamás recibí una insistencia de su parte. Pero sucedió. En el último año del colegio, mientras analizaba las materias que más me gustaban, decidí que medicina era lo que quería.

Recuerdo que un día llegué a mi casa y se lo conté a mis papás. Lógicamente él apoyó mi decisión. De todos sus hijos, yo -el menor- fui el único que decidió seguir sus pasos. Tristemente nos hizo falta el abrazo de colegas porque cuando yo estaba realizando el internado rotatorio, en el Hospital San Felipe, él falleció.

P: ¿Qué representa ser médico para usted?

R: Es una profesión extraordinaria, multifacética, pues le permite a uno tener mucho contacto humano, mucho contacto con la comunidad. Al igual que a ustedes, los periodistas, nos corresponde mucho conversar con los demás, así como visitar pueblos y ciudades que son diferentes a lo habitual.

Y es allí donde uno tiene la oportunidad de darse cuenta, en una etapa temprana de la vida, de las inequidades sociales que tenemos y padecemos en nuestro país. Eso nos deja marcados en el sentido de la sensibilización humana.

Sin embargo, también es una profesión muy demandante que hace que se generen hermandades fortísimas. Cuando ingresé a la UNAH, recuerdo que muchos de mis compañeros veníamos del San Miguel y continuamos estudiando la carrera juntos.

También tuvimos la oportunidad de agrandar la hermandad con otros amigos. Sin duda alguna, con estos colegas tuvimos la oportunidad de tener vivencias extraordinarias, tanto dentro y fuera de la ciudad, en la costa norte y en el centro del país, cuando nos tocó hacer el internado rural y luego el servicio social.

La medicina es una profesión que le da a uno una perspectiva diferente pero, como es una carrera cuyo estudio es extenso, también hace que existan severas dificultades económicas. Yo recuerdo que, mientras nosotros estábamos en quinto año, otros amigos nuestros ya eran ingenieros o licenciados. Algunos de ellos ya trabajaban y nosotros seguíamos enclaustrados en la casa ja, ja, ja (…) esclavos del hospital. Eso sí, si volviera a nacer volvería a estudiar esta carrera porque es verdaderamente apasionante.

Herrera (el tercero de derecha a izquierda en la cuarta fila), junto a compañeros, durante el servicio social. Foto: Archivo de Francisco Herrera

P: ¿Cuáles han sido sus mayores retos como médico?

R: Recuerdo que cuando trabajaba en el Hospital Materno-Infantil llegaban niños quemados, eso me marcaba mucho. Muchos de ellos se habían quedado solos en sus casas y le habían dado vuelto a un candil. Le juro que todavía tengo en la mente el llanto y el terror de los niños, el horror de sus madres. No obstante, también recuerdo muy bien la satisfacción posterior cuando les dábamos de alta y veíamos su recuperación.

P: ¿Y por la patología cuándo se decidió?

R: Sí, posteriormente mi área de especialización fue la patología. La estudié en Costa Rica y en los Estados Unidos. Sin embargo, le diré que en un inicio creí que sería oftalmólogo. De hecho yo llegué a trabajar al Hospital Escuela Universitario (HEU) esperando una opción en oftalmología, pero en el departamento de patología del hospital agarré el sabor de esa área. Recuerdo que todos los días hacíamos diagnósticos y nos poníamos a estudiar casos muy complejos.

Agradezco al doctor Virgilio Cardona López, jefe del departamento en esa época y un gran patólogo, por haberme inspirado a especializarme en eso. Allí me hice amigo de un vecino mío, Edgardo Murillo Castillo, quien lamentablemente murió de covid-19 en 2020, y de Roberto Zelaya Mendoza, otro gran amigo que falleció hace algunos años. Fueron amistades muy fuertes con quienes discutí la patología, la alimenté y la disfruté hasta el día de hoy. La patología me acompaña donde sea que vaya, moriré con ella.

P: Tengo entendido que trabajó mucho tiempo en el Ministerio Público…

R: Mientras trabajaba como patólogo en el Hospital Mario Catarino Rivas, en San Pedro Sula, llegaron a buscarme. Fue un honor para mí porque habían elaborado una lista con base a ternas distintas que había presentado el Colegio Médico de Honduras (CMH), la Secretaría de Salud y otra institución.

La sorpresa fue que mi nombre aparecía en las tres listas y, por ello, el abogado Edmundo Orellana (ex-Fiscal General de la República) se reunió conmigo. Al final fui el elegido. A mí no se me había cruzado por la mente trabajar en medicina forense, pero sabía que estaba emparentada con la patología. Durante mi estancia en Medicina Forense del Ministerio Público, de una década aproximadamente, llegué a ser director regional, en San Pedro Sula, y subdirector nacional.

P: ¿Es difícil ser médico forense?

R: Efectivamente. Mire, en aquel tiempo me marcaron tragedias enormes. Me tocó ver víctimas de incendios en el presidio, una cosa devastadora. También hubo escenas dantescas que nos correspondía atender. Miré muchas masacres en Chamelecón, por ejemplo. Eran casos de mucho drama.

Recuerde que, por aquel entonces, San Pedro Sula era una ciudad con índices de violencia y criminalidad en ascenso. Sin duda alguna, ser testigo de todo aquello me marcó demasiado y por eso, cuando cumplí 10 años en el Ministerio Público, dije: "Ya dediqué mucho a esto". Y me salí, ya ha pasado una década de que abandoné la medicina forense. Fue una etapa dura y difícil, pero también de mucho provecho y aprendizaje.

P: Sé que ha realizado estudios relacionados al VIH/SIDA, ¿me podría ampliar?

R: Cuando terminé mi etapa en medicina forense regresé a la parte académica y fue así que, estando en la UNAH-VS, nos llamaron parta participar en un trabajo de VIH/SIDA en el mundo laboral.

Fue una labor conjunta con un grupo de académicos sampedranos (enfermeros, psicólogos, médicos y estudiantes), con quienes realizamos un trabajo de acercamiento en maquilas y fábricas porque había mucho tabú en relación a los pacientes con ese padecimiento, así como con convalecientes o con pacientes en tratamiento que eran rechazados.

Entonces queríamos hacer un estudio para ver de qué manera eran recibidos. Los estudios fueron extraordinarios a tal punto que se publicaron en algunos países de Europa.

P: ¿Todavía existe estigma?

R: Sí, aunque ha disminuido. Existe un cierto paralelismo entre lo que ocurre en este momento (con el covid-19) con lo que ocurrió en aquel entonces. Cuando comenzó el VIH/SIDA había, por parte de los médicos, mucho temor de entrar al quirófano, de tratar a los pacientes, de sacarles sangre.

De esa forma, las medidas sanitarias incrementaron. Nosotros tenemos que aprender a vivir con las enfermedades infectocontagiosas, es decir, saber cómo comportarnos en un ambiente contaminado y cómo descontaminarnos al regresar a casa.

P: ¿Cuál ha sido uno de sus más grandes logros como docente?

R: Un momento icónico en mi vida ocurrió en San Pedro Sula cuando el doctor Jorge Haddad Quiñones, entonces presidente de la Comisión de Transición de la UNAH, y la doctora Norma Cecilia Martín me abordaron y me dijeron que necesitaban que yo les apoyara en un proyecto grande: crear la carrera de medicina en esa ciudad. Mire, yo quedé de una pieza, asustado, pues era un reto gigantesco.

P: ¿Cómo le fue con esa tarea?

R: En un inicio, yo no tenia la más remota idea de cómo formar una carrera de medicina, así que empezamos a trabajar con un grupo de médicos sampedranos, a quienes me tocó liderar. Después seleccionamos a los primeros estudiantes y arrancamos.

P: ¿Atesora alguna experiencia inolvidable como docente?

R: Sí, fue algo mágico. Yo había ganado una plaza para ser el director de la UNAH-VS y solo dos semanas después me tocó firmar los títulos de aquellos muchachos que habían sido mis estudiantes, a quienes yo había seleccionado. Era la primera promoción.

En el momento en que me trajeron esos títulos y vi esos nombres, las manos me comenzaron a temblar y empecé a llorar. Y el día de la graduación, estando en compañía de Marco Tulio Medina y Julieta Castellanos, no pude hablar, me quedé trancado.

P: ¿Y una experiencia que lo haya decepcionado?

R: Sí, un caso bastante curioso. Era un joven que insistía en ser medico, trabajaba y crecía supuestamente dentro del grupo, pero luego nos dimos cuenta de que, aunque asistía todos los días a clase, no aprobaba las asignaturas. Eso ocurrió en clases generales, antes de entrar a hospital. Tuvimos que enfrentarlo y decirle que ya no podía continuar, que estaba engañándose a sí mismo. Fue feo y triste.

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