Tras pagar 7 MIL dólares a un traficante por llevarlo ilegalmente a Estados Unidos con su hija de tres años, el hondureño Fernando Sánchez fue a los pocos días expulsado a México. 

Para cientos de migrantes, especialmente hombres adultos, la frontera se ha convertido, lejos de la puerta franca que esperaban bajo la presidencia de Joe Biden, en una puerta giratoria cruel donde se pasa rápidamente de la esperanza a la desdicha.

Luego de solo tres días, Sánchez, de 38 años, y su niña fueron devueltos a Ciudad Juárez bajo una norma que autoriza las expulsiones automáticas para evitar contagios de covid-19. El 18 de marzo estaba de vuelta a su realidad -agravada-, pues había reunido los 7 mil dólares con préstamos de conocidos.

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Endeudado y en un albergue para migrantes de Juárez, se aferra a la posibilidad de que el mandatario estadounidense le ayude.

"Yo sé que sí se puede, yo sé que Joe Biden, nuestro presidente, también lo puede hacer y abrirnos la puerta, decir: 'vengan ustedes que sufren'", confía a la AFP Sánchez, quien se reserva su verdadero nombre. Cree que esto le ahorrará problemas si logra asentarse en Estados Unidos.

Pasa los días en el refugio junto a una docena de migrantes, también expulsados tras haber cruzado por la ciudad de Reynosa (Tamaulipas, noreste).

Su caso sigue un patrón. De 31.492 migrantes irregulares identificados en México entre el 1 de enero y el 21 de marzo, tres cuartas partes eran hombres, principalmente hondureños.

La patrulla fronteriza estadounidense asegura que ha enviado de vuelta a muchos de los 100.000 inmigrantes que capturó en febrero, la mayoría adultos solos.

La mayoría proviene de Honduras, El Salvador y Guatemala, huyendo de la pobreza, violencia y la destrucción causada por desastres naturales.

Niños en riesgo

Pero con Biden, que flexibilizó la política de "tolerancia cero" de su antecesor Donald Trump, los menores solos y las mujeres con niños pequeños por lo general tienen más posibilidades de ser admitidos.

En febrero, fueron detenidos unos 9 mil 500 niños no acompañados, que reciben asistencia a la espera de contactarlos con parientes en Estados Unidos.

No todos lo logran: un menor mexicano de nueve años murió el 20 de marzo intentando cruzar el río Bravo, anunciaron el viernes autoridades estadounidenses.

Decenas de personas -algunas con niños de brazos- cruzan a toda hora el Río Bravo para entregarse a la patrulla con la esperanza de obtener asilo.

Un grupo de niños observan a agentes de migración de Estados Unidos en las cercanías del muro fronterizo en la ciudad de Tijuana en el estado de Baja California (México).  Foto: EFE.

Un equipo de la AFP observó a una niña, de unos nueve años, saltar rápidamente entre las aguas para después esperar sentada, junto a una columna del puente fronterizo, a que los oficiales llegaran por ella.

Muchos migrantes dicen que están animados por medidas de Biden como su respaldo a un proyecto para legalizar a 11 millones de indocumentados, o la admisión de solicitantes de asilo que llevaban meses esperando en campamentos en México.

"A la gente le gustó mucho lo de Biden (...), se vino más gente", dice el padre Francisco Calvillo, de la Casa del Migrante, uno de los principales albergues de Ciudad Juárez. "Empezaron los polleros (traficantes) a traer personas, que porque ya se había abierto la frontera, y pues no, no es cierto".

Ese flujo aumentó la presión sobre los refugios, cuenta Enrique Valenzuela, coordinador del consejo estatal de población de Chihuahua, cuya capital es Ciudad Juárez.

Las autoridades locales deben atender tanto a los solicitantes de asilo como a los expulsados, que no cesan de llegar.

Agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) de México rescataron este viernes a 81 migrantes centroamericanos, entre ellos 44 menores y 37 adultos. Foto: EFE.

Espera resignada

Las escenas de amargura son una constante en el puente Paso del Norte, que conecta a Ciudad Juárez con la estadounidense El Paso.

"Así es la vida", dice un hombre mientras camina masticando su frustración y tristeza tras ser devuelto.

En contraste, otros grupos que entran a Estados Unidos para continuar sus trámites de asilo derrochan alegría, aunque nada les garantiza que podrán quedarse. "Sí se pudo", grita una mujer emocionada mientras espera el acceso en el viaducto. 

Desde el 19 de febrero han cruzado unas 3.600 personas bajo esta condición.

La frontera con México, de 3.169 km, se transformó en una papa ardiente para Biden, bajo ataque de la oposición republicana que lo acusa de haber generado una crisis migratoria.

Aunque relativiza la afluencia de personas señalando que esto sucede todos los años, el mandatario demócrata ha pedido abstenerse de ir a la frontera, advirtiendo que está cerrada y es un viaje peligroso. Y encargó el asunto a su vicepresidenta, Kamala Harris. 

A su vez, el gobierno mexicano reforzó la vigilancia en la frontera con Guatemala para impedir el paso de indocumentados, que sin embargo cuentan con rutas selváticas y montañosas para avanzar.

Con pocas opciones, algunos expulsados esperarán en Juárez una oportunidad. "No nos queda de otra más que seguir acá", afirma una salvadoreña de 24 años, quien viaja con su esposo y dos hijos. 

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