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Los rostros de la injusticia social

Envejecer en un país como Honduras es difícil, es entrar en una etapa de vida en donde la vulnerabilidad extrema es la constante


Agobiada por la Osteoporosis, una afección crónica que afecta la densidad de los huesos, doña Hortensia llega religiosamente cada mes al hospital público para control y también para recibir sus medicamentos, las horas de espera son largas y para una mujer como ella que supera los 60 años mantenerse de pie o hacer movimientos bruscos puede debilitarla o causarle una fractura, con suerte logrará ver al especialista, si no le cambian la cita como en reiteradas ocasiones, pero al llegar a la farmacia su frustración alcanza el punto máximo al no recibir los medicamentos que requiere, no hay, el Estado no ha comprado, o quizás se vencieron en los almacenes como suele suceder.

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“La vida es injusta” piensa para sí doña Hortensia y la entiendo, envejecer en un país como Honduras es difícil, es entrar en una etapa de vida en donde la vulnerabilidad extrema es la constante.

No muy lejos en la misma ciudad se ve a Joaquín, un joven estudiante de Administración de Empresas que camina de un lado a otro a veces a pie y otras en bus (viviendo la adrenalina pura de los rapiditos), con un par de hojas en sus manos, buscando trabajo para poder llevar un poco de dinero a su casa y continuar sus estudios.

“Me piden experiencia, de tres a cinco años, pero cuando cumplís 30 ya no te quieren por ser mayor” seguro también en sus adentros pensará igual, que la vida es injusta, el problema es que ser joven en Honduras también es difícil, el mismo entorno se encarga de cortar sus alas y eliminar sus sueños.

Cuando desaparecen las oportunidades llega la incertidumbre, la presión, la dificultad, muchos no pueden quedarse de brazos cruzados o esperando lo que salga, se van, se arriesgan ya no en busca de un sueño sino huyendo de una pesadilla, tal cual pasa con Mario, su esposa y su pequeño hijo, que se embarcaron a la aventura en una caravana de centroamericanos desplazados por la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades, hace tres meses llegaron a  México y al no poder cruzar la frontera hacia Estados Unidos prefirieron quedarse en un campamento de migrantes que retornar, seguro piensan en lo injusto de su situación, que no deberían pasar estos vaivenes si en Honduras tuvieran la posibilidad de prosperar.

Gente como ellos se cuentan por miles, quizás por millones que son víctimas de la injusticia social, esa que se roba la esperanza y los anhelos de un mejor país, no es injusta la vida, han sido injustos los gobernantes y sus modelos de gestión que dejaron que la corrupción disminuyera notablemente las posibilidades de acceso a educación, salud, comida, techo, trabajo y promovieron en contraparte la intolerancia, el rechazo y la discriminación.

Definido en palabras sencillas, el termino “justicia” se refiere al principio moral que respeta y da a cada quien lo que corresponde, es un valor cuya guía es la verdad, “hacer justicia” por tanto, es actuar de manera honorable y racional para con otros.

Cuando los gobernantes y los sectores pudientes de una sociedad acostumbran la ilegalidad como norma de comportamiento, automáticamente ejercen una presión sin precedentes que limita los derechos políticos, las oportunidades económicas y las libertades personales de sus ciudadanos afectando de manera directa en su conducta y valores.

Para doña Hortensia, Joaquín y Mario por ejemplo, la elección de una nueva Corte, los conflictos por el poder político o la evaluación del gabinete de gobierno y otros similares son temas secundarios, es más, ni les ponen atención, su preocupación es otra, sus necesidades son muy diferentes, tiene que ver diariamente con una lucha feroz por subsistir en un país en donde la pobreza extrema alcanza a 7 de cada 10 habitantes.

Llega el tiempo en que el gobierno debe dejar de llorar sobre la leche derramada, que el país esta en crisis ya lo sabemos, que la corrupción se ha robado miles de millones de dólares también, las excusas sobran, ahora hay que invertir el discurso, es el tiempo de las respuestas.

Miles como doña Hortensia necesitan sus medicamentos para vivir, miles como Joaquín urgen de un trabajo pleno y decente y otros tantos miles como Mario y su familia aspiran desarrollarse en la tierra que los vio nacer y no arriesgarse a migrar, ¿puede el Estado llegar a resolver los problemas de desigualdad e injusticia social?, ¿tiene el gobierno claridad de los pasos a seguir?

Un gobierno ineficiente que no consigue mejorar la condición de vida de sus ciudadanos tarde o temprano terminará por decepcionarlos y abrumarlos aún más en su ya amplia telaraña de problemas. La pobreza y la vulnerabilidad ponen en riesgo la convivencia ciudadana, es menester crear y promover mecanismos efectivos para que las personas puedan no solo ejercer sus derechos, sino prosperar, desarrollarse, vivir y hasta morir con dignidad.

Por: Aldo Romero/Periodista y Catedrático Universitario

@aldoro/aldoromerohn@gmail.com

ADEMÁS: La decadencia social y el irrespeto a la ley


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