Los gobiernos de varios países han tomado la radical decisión de confinar a su población para evitar la propagación del covid-19, y han procedido a paralizar casi completamente la actividad comercial, pero sin cortar el suministro de alimentos, insumos y productos esenciales.
En países en donde la pandemia ha causado mayores y letales estragos, y ha puesto de rodillas sus sistemas sanitarios y productivos, las autoridades han tenido el cuidado de mantener los canales de aprovisionamiento de insumos, alimentos y servicios abiertos en la medida de las circunstancias, a efecto de evitar que cunda entre la población, casi al borde de la desesperación, la escasez o carencia de productos esenciales.
Aunque han confinado a sus habitantes hasta a treinta días de encierro, países como Estados Unidos, Argentina, El Salvador y más recientemente, Reino Unido, han ralentizado las radicales medidas manteniendo abiertos –bajo especiales normas regulatorias- supermercados, farmacias o droguerías, estaciones gasolineras, tiendas de conveniencia en lugares controlados, la venta de comida preparada a través del esquema especial de autoservicio que han sistematizado los negocios de comidas rápidas por ejemplo.
Si bien en Honduras se han tomado medidas congruentes con la dimensión del riesgo que genera el covid-19 entre la población, a las autoridades nacionales les queda todavía un trecho que seguir para de alguna manera disipar en la medida de lo posible, la incertidumbre y el miedo que le provoca a los ciudadanos el desabastecimiento, o simplemente el fantasma de la escasez o el racionamiento.
Mientras se tomó la decisión de relajar apenas esta semana, las estrictas medidas de cierre de negocios y establecimientos esenciales como gasolineras, farmacias y supermercados, las que han abierto sólo durante unas cuantas horas y día de por medio, el siguiente paso es –sugerimos- habilitar los autoservicios que operan en la distribución y venta de alimentos de rápida preparación, comida perecedera.
Una medida como esa permitiría además descongestionar las instalaciones o calles aledañas a los supermercados y mercaditos en donde racionadamente se aprovisiona de alimentos la población, al tiempo que se disiparía la incertidumbre que cunde y el miedo que el racionamiento y la escasez genera en el subconsciente de la ciudadanía.
Que el sentido común guíe a las autoridades en la difícil tarea de mantener, en la medida de las posibilidades, la calma y la esperanza entre la población hondureña.