Hasta ayer eran más de 340 los incendios forestales. La otra siniestra pandemia que en el país ha arrasado con más de 20 mil hectáreas de recursos naturales, de vida.

Los incendios forestales que son como el nuevo coronavirus: siniestros protagonistas de muerte, destrucción e irreparable daño, en un país que cada año es testigo de cómo la mano criminal y la inconsciencia colectiva convierten en llamas y cenizas unas 80 mil hectáreas de árboles, fauna, flora, riqueza!.

…Y lo peor, es que lo seguimos permitiendo; continuamos permisivamente siendo tolerantes y hasta indiferentes frente al accionar de los que impunemente atentan contra nuestra misma supervivencia, ¡contra nosotros mismos!

El Papa Francisco sentencia que atentar contra la naturaleza, que meterle fuego al bosque, es un crimen contra la naturaleza, un crimen contra nosotros mismos, y un pecado contra Dios. Pecamos cuando no reaccionamos ante la destrucción premeditada y criminal de su creación.

Criminal es que se le meta fuego al bosque, pero un comportamiento de grave inmoralidad que lo permitamos, la institucionalidad y nosotros, ¡los ciudadanos! Francisco decía también desde su reflexión que se vuelve en efecto, intolerable y vergonzosa nuestra indiferencia y quietud.

El Santo Padre hacía un llamado a la institucionalidad, pero también a la ciudadanía a empeñar como un deber moral y social, el cuidado y respeto a la naturaleza, a perseguir a los criminales, a clamar justicia y reclamar castigo. La naturaleza es un don del Señor, y cuidarla es un deber para el bien de nosotros mismos.

De ahí que la preservación de los recursos naturales, además de que es una delegación constitucional, es también una exigencia moral, ¡ética, humana y cristiana!

El marco jurídico de Honduras ya establece –aunque irrisoriamente sea- la imposición de las correspondientes responsabilidades penales para el que atente contra los recursos naturales del país, pero a partir del hecho de reconocer que tenemos un marco punible endeble y casi permisivo, se vuelve entonces hasta consecuente que nos impongamos el deber moral y cristiano de denunciar, de reclamar castigo, de no seguir siendo más ciudadanos pasivos y tolerantes, mientras más hectáreas de bosque son pasto de las llamas, de la conducta criminal y de la indiferencia. Lo que está pasando en el país es grave, es siniestro.

¡Ya hace bastante tiempo atrás HRN ha venido hasta clamando que se endurezcan las penas y las mismas legislaciones penales!

Mientras todos los días bomberos, militares y personal comunitario se juegan la vida apagando incendios, llegó el momento de activar la ciudadanía consciente y la institucionalidad efectiva.

Honduras se está quedando sin bosques y sin recursos. De nosotros depende que eso suceda y de nosotros depende que los incendiarios del bosque, la indiferencia y el estatismo, sigan convirtiendo en cenizas lo que Dios nos dio para que lo administráramos como su creación preciada.