¿Habrá retrocedido 30 o 40 años ésta ya de por sí onerosa e inoperante institucionalidad electoral hondureña después de que transcurridos tres días de unos comicios primarios no ha sido capaz de procesar una tan sola acta, de una sola Mesa Receptora y un tan solo escrutinio de un solo voto depositado en una urna?

 Quienes no le encuentran una explicación a semejante y desesperante retraso solamente pueden validar la premisa aquella de que la ineptitud evidenciada por un sistema ha alcanzado el tamaño de la incapacidad de gerenciar y administrar procesos comiciales, mostrada por los incompetentes miembros del Consejo Nacional Electoral.

¿Qué podría justificar que después de transcurrido el tiempo que ha pasado, no atisbemos a conocer un tan sólo dato electoral? Bueno, sí podría haber una justificación.

La esencia de la estrategia es decidir o elegir qué no hacer, dijo un célebre estratega político. ¿Y si ésta incertidumbre post electoral es la consecuencia de una premeditada estrategia de no actuar o no decidir para arraigar los eternos resabios del sistema electoral tradicional y de quienes adentro siguen aferrados a sostenerlo?

¿Acaso esa aparente parsimonia o lentitud mostrada por el Consejo Electoral para siquiera abrir la boca antes de la tarde de ayer y decir frente a lo que estamos, no es el resultado de lo que premeditadamente se fue articulando, mucho antes de que los votantes acudieran el domingo a las urnas?

 “Para ganar aprisa la guerra hay que prepararla despacio”, dijo un pensador de la antigua Roma.

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El sistema electoral hondureño no solamente es que ha sido incapaz de organizar comicios transparentes y eficientes, sino que a través de estas estrategias -viciadas- ha podido sostener en el tiempo y detrás y frente de la cortina, las viejas mañas y resabios que lamentablemente empoderaron el nada orgulloso calificativo de “elecciones estilo Honduras”.

No se trata solamente de dejar en evidencia una institucionalidad onerosa e inoperante; configurada a partir de su escasa voluntad para combatir el fraude, la corrupción, la opacidad y hasta la impunidad electoral.

Se trata, por encima, de dejar en evidencia a esta clase política nuestra, a esta institucionalidad rancia, curtida en esa larga tradición de fraudes y timos políticos que ha sido norma y moneda de curso corriente en los procesos electorales. No por nada es que en Honduras el voto libre parece ser ya un extraño sujeto en las urnas, y por eso es que la democracia nuestra, precaria y en cuidados intensivos, ha ido perdiendo más legitimidad.

No vayamos a caer en el reduccionismo de pedir y exigir la cabeza de los consejeros. Eso no va a arreglar nada. Es la institucionalidad en su conjunto la podrida.

Y miren, aquí sólo será una  reconfiguración profunda y cívica, decidida,  lo que va a cambiar este sistema inoperante, fraudulento, y dañino para la democracia participativa. Que la democracia siga teniendo valor, pero porque las urnas y nada más las urnas, hablen.