De todas las plagas, de la cual Honduras tiene memoria; la de tomarse un café a las 4 de la tarde, viendo por la ventana, recordando un amor perdido, es la peor de todas.

Y sin avisos en media de alborotos disonantes frente al coronavirus, llegó Marco Antonio Solís, un sentimental de cantinas, que superó con canciones bien escritas los amaneceres abatidos con un piano ensartado en los dedos de este Buki, que se hospeda en Roatán, bajo el anaranjado nebuloso de las malas noticias que la ministra de salud da cada hora, aturdida por las últimas noticias descuartizados en redes sociales.

El Buki mayor, allá está feliz fuera de los focos destellantes de los cuartos esponjosos donde graba canciones, viendo el sol, sin apuros por autógrafos que carga en la palma de la mano, como souvenirs de injerto.

La radio ya no sabe si poner canciones de él, o dar las noticias de la ministra; total, los locutores piensan mas con el corazón clavado con las agujas del disco que da vueltas revolviendo las miserias de tanta gente enamorada de fantasmas que aparecen y desaparecen en el Facebook: ese cementerio de personas vivas, en alguna tumba del mundo.

El virus en cambio, ya se estrenó con un par de víctimas, y toca aislarnos del todo, y andar con esos tapabocas por las calles, encontramos con amigos y saludarnos de lejos, y ya no sabremos si esa gente cubierta de boca y nariz son los asaltantes del día, o andan encubiertos, quizá para no encontrarse con algún viento desalmado que arrastra la primavera que perdió el Buki en sus angustiosas vacaciones de la isla.

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