Ni la corrupción a mansalva, ni la tendalada de muertos, ni la depresión económica, ni el terror del encierro, ni la lástima de las tormentas, ni los escarmientos de Dios hacen que este país suspire en paz.
La sangre sigue corriendo bajo las puertas del confinamiento y ha pasado sobre botas de militares que muerden con la suspensión de garantías constitucionales.
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