El desencanto de los ciudadanos con la institucionalidad electoral es tan grave como el deterioro de la confianza de la población hondureña hacia la clase política y el sistema partidista como tal.

La institucionalidad electoral hondureña es la más baja en confianza a nivel latinoamericano con sólo el 13 por ciento del apoyo ciudadano mientras los partidos políticos han ido perdiendo su legitimidad, y no digamos, su credibilidad ante los electores.

El sistema democrático y electoral ha sido transversalmente atravesado por una acicalada crisis de legitimidad y confianza y en ese contexto el proceso comicial del próximo 28 de noviembre podría terminar reflejando en sus indicadores de concurrencia y abstencionismo, preocupantes como previsibles resultados.

El próximo domingo son muchas las cosas que están entonces en juego, y que obviamente van más allá del mero acto de depositar el voto en las urnas.

Estará en juego la decisión soberana del ciudadano, la sobrevivencia del sistema de partidos, la legitimidad de las instituciones electorales, pero sobre todo, de la democracia representativa e incluyente, sobre lo cual pesan los sentimientos más profundos de desencanto e incomodidad del ciudadano.

Es mucho entonces lo que el próximo domingo estará en juego. De ahí el gran compromiso que la propia institucionalidad electoral tenía que asumir; la oportunidad histórica que el sistema de partidos o la clase política tenía para limpiar su cara sucia y reivindicarse con el ciudadano de a pie, a quien no han aprendido cómo ganarse su respeto.

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El proceso comicial del próximo 28 de noviembre hubiese sido, digamos, que una oportunidad en bandeja de oro para que también los hondureños apostáramos por los fundamentos mismos de la democracia representativa que son la rendición de cuentas, las propuestas, la transparencia y candidatos promovidos bajo la lupa de la escogencia consiente e informada: principios y motores de la responsabilidad ciudadana y razonada.

La sociedad hondureña no puede seguir sosteniendo un sistema de partidos con un frágil estándar de institucionalización y rendición de cuentas. Eso le ha pasado factura a la calidad democrática que tenemos. Ha precarizado la representación electoral, redundando en gobiernos débiles, elegidos al fin por raquíticas minorías: consecuencias que apenas sirven para formar y mantener a los gobiernos en funciones.

El próximo domingo, reiteramos, nos estamos jugando muchas cosas, empezando por el sistema democrático mismo, que por sí mismo es y debe seguir siendo el camino hacia la aspiración de un bienestar humano colectivo, desarrollo económico y mayor protección de los derechos elementales que como ciudadanos de este país se nos tiene que garantizar.

Pero con todo, ante todo y a pesar de todo, el primer compromiso es de todas maneras ir a las urnas. Se puede votar incluso como una forma de protesta. Un pensador y político inglés decía que las elecciones son a veces la venganza del ciudadano, mientras debemos tener más claro que nunca que la democracia se construye desde el interior de las sociedades.