Para entender la pandemia en crecimiento de la crisis económica y social en Honduras, no hace falta ser un experto economista o tecnócrata.

Para encontrar el porqué de las dificultades a las que hoy en día se ve sometida la mayor parte de la población, basta remitirnos a la historia reciente e identificar algunos factores de carácter interno y externo, que lejos de generar posibilidades de mejoría, más bien agudizaron la condición de vida de los habitantes.

El panorama económico hondureño está caracterizado desde hace más de cuatro décadas por un bajo crecimiento económico, altos niveles de desempleo, pobreza generalizada, fuertes índices de inflación producto del alza en el costo de vida, un alarmante endeudamiento público y un casi incontrolable déficit fiscal provocado por el desmedido gasto gubernamental. 

En un reciente informe, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) ubica a Honduras en los primeros lugares entre los países de la región con porcentajes de pobreza que alcanzan cifras arriba del 73%, duro golpe para los funcionarios de este y anteriores gobiernos acostumbrados, unos a promocionar medidas con las que dicen se favorece a los más pobres y otros a poner excusas responsabilizando a los anteriores de la catástrofe económica nacional, como lo evidenció recientemente el exmandatario y hoy asesor presidencial Manuel Zelaya ante un grupo de campesinos lencas. 

Pandemia en crecimiento

Bajo esta perspectiva, no es difícil deducir que en el país venimos de fracaso en fracaso en lo que corresponde a la toma de decisiones en materia económica, iniciando con el modelo neoliberal adoptado en 1990 por la administración Callejas, bajo el argumento de favorecer la competitividad y ponerse a tono con las exigencias de los mercados globales, pero que a nivel interno se tradujeron en exclusión, desempleo y pobreza. 

Aunque el neoliberalismo económico dio resultados en otros países, las circunstancias pueden ser diferentes.

Nuestros gobernantes han estado acostumbrados a tomar medidas y copiar experiencias positivas de otros que no necesariamente están en sintonía con la realidad hondureña, y aunque este modelo busca la menor participación gubernamental, de modo inexplicable, en Honduras el gobierno sí interviene de manera directa y en muchos casos abusiva en la economía.

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Lejos de favorecer a los más pobres, en las últimas cuatro décadas se congelaron salarios, se hicieron recortes masivos de personal en el sector público y privado, se incrementaron los impuestos, el gobierno bajó su presupuesto público en inversión y aumentó el gasto corriente, la burocracia y el clientelismo, desaparecieron las alternativas de pleno empleo y se limitaron los incentivos a la producción, particularmente para la pequeña y mediana empresa. 

Lo anterior por supuesto impacta en los que menos tienen. Como no hay dinero en los hogares, se reduce la capacidad de compra.

De allí una clara muestra de que las medidas que a nivel gubernamental se han venido tomando, muchas de ellas influenciadas por organismos internacionales y otras por asesores con total desconocimiento de la realidad social, son contrarias a las que se requieren para solucionar esta pandemia en crecimiento

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Sin pretender ir más allá de lo que mi análisis periodístico me permite, y sin asumir el rol que le corresponde a los estrategas económicos, coincidimos con quienes promueven un nuevo modelo económico basado en cuatro elementos fundamentales:

bajar impuestos para mejor la economía de los hondureños, reducir el gasto corriente del Estado e incrementar el presupuesto de inversión pública para generar empleo y competitividad, promover el acceso a crédito y tecnología para los sectores productivos y evitar el excesivo endeudamiento interno y externo. 

Está comprobado que en el plano económico y social la medicina ha resultado peor que la enfermedad. La economía en Honduras debe ser reinventada. La pobreza es una pandemia que crece a pasos agigantados, un fiel reflejo de la aguda desigualdad sin posibilidades de recuperación.

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