El clima de desasosiego que vivimos los hondureños a resultas de las viscerales confrontaciones entre los aspirantes que corren por los puestos cimeros en los comicios de noviembre, amenaza con ser el factor que puede desestabilizar la democracia y crear grietas en las instituciones de nuestro país.

Con mucha sabiduría, el líder de la Iglesia Católica, Oscar Andrés Rodríguez, ha replicado que la campaña política no vale "una sola gota de sangre de nadie", tras el asesinato de Francisco Gaitán, alcalde de Cantarranas, Francisco Morazán, y del candidato a regidor de San Luis, Santa Bárbara, Elvin Casaña, el fin de semana.

Verdaderamente, la contienda política se ha convertido en una guerra, en una confrontación sin sentido y en una trinchera de discursos incendiarios, muy lejos de una fiesta cívica como es el mandato de la democracia.

A través de sus anuncios propagandísticos y de sus arengas, los aspirantes a asumir las responsabilidades de mayor relevancia en el país -que no todos- se han enfrascado en señalamientos punzantes, en acusaciones con agudo acento ideológico y en criterios matizados con un propósito de sembrar el miedo y el temor.

Nuestros líderes y dirigentes políticos no han tomado para sí, de manera sincera, el gran deber que tienen con el pueblo hondureño de honrar su condición de depositarios del poder popular.

Con vistas a los comicios del 28 de noviembre, los que se llaman líderes de Honduras -en su mayoría- han perdido su prestancia, en tanto los partidos políticos se convirtieron en una maquinaria que engendra oportunismo y rivalidad, no debate; luchas y hostilidades, pero no discusión de alto nivel.

De cara a las justas que están convocadas para dentro de dos semanas, se han intensificado los mensajes de agresión, diatribas y descalificación encaminadas a generar el temor, el miedo, la zozobra y a reavivar los viejos fantasmas ideológicos.

Te podría interesar: ONU preocupada por actos de violencia política en Honduras y pide investigar crímenes contra candidatos

Sabemos que todo el proceso ha estado cubierto por la incertidumbre: la inscripción de planillas, la aprobación y gestión del presupuesto para las elecciones, la emisión del nuevo documento de identificación nacional, la adjudicación del proyecto de transmisión preliminar de resultados y del programa biométrico, así como la conformación de las Juntas de Recepción de Votos, para sólo hacer referencia a algunos de los temas que han creado más opacidad alrededor de la cita democrática del 28 de noviembre.

En el actual momento de crispación y cuando faltan pocos días para que nos presentemos en las urnas, la propuesta para que los nominados a la Primera Magistratura suscriban un Pacto de No Violencia Electoral es meritoria, es justa y es necesaria para el bien de la democracia hondureña y del pueblo al que se deben y ante el que tienen una enorme deuda acumulada.

Porque se ha formado tal atmósfera de dudas, de inquietud y de temor, que los hondureños -en un porcentaje muy representativo- han perdido la esperanza de vivir una fiesta electoral, sino una crisis política semejante a las de 2009 y 2017.

Más allá de que no se dé crédito a la voluntad de los políticos de suscribir un convenio de no agresión, debemos buscar un margen para garantizar elecciones limpias, legítimas y, sobre todo, en un ambiente de concordia y de respeto.

¡Que prevalezca la paz, el juicio y la altura de miras de los líderes políticos frente a su gran reto de conducir a este país por mejores derroteros!