Exponíamos en un comentario anterior cómo la improvisación y la negligencia se vuelven terriblemente catastróficas, y sus consecuencias terminan agravando la vulnerabilidad e indefensión en las que viven miles de familias en Honduras.

Y si bien es cierto los desastres naturales, como inundaciones, deslizamientos, derrumbes, son eventos inciertos que causan muertes, lesiones, daños económicos y materiales, hay una probada conclusión que las peores tragedias derivan de la inacción y la imprevisión en la gestión de los riesgos y fenómenos naturales.

El Valle de Sula

El Valle de Sula se volverá a inundar este año porque después de 24 meses del paso de las tormentas tropicales Eta y Iota las autoridades de turno no pudieron concluir las obras de reconstrucción de los bordos destruidos por las inundaciones derivadas de los destructivos fenómenos.

VEA: ¡Vulnerables y negligentes!

Al menos 11 municipios enclavados en la zona sur del departamento de Lempira han quedado prácticamente aislados del resto del territorio nacional porque los más de 300 millones de lempiras que el gobierno anterior gestionó para el mejoramiento de la red vial en dicho corredor, terminaron supuestamente siendo desviados para financiar campañas políticas, dejando a más de 150 mil habitantes a la buena de Dios, llevándose a sus enfermos y mujeres parturientas, con todo y lo que ahí producen, al vecino país de El Salvador.

Gestionaron más de 300 millones de lempiras, nos venimos a dar cuenta hoy, para la pavimentación del tramo carretero que desde el municipio de San Juan Intibucá conectaría con los 11 municipios del sur de Lempira, y terminaron apenas pavimentando tres míseros kilómetros.

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Una red vial colapsada, destruida, caminos intransitables, insalvables pegaderos vehiculares, comunidades en las que comienzan a escasear víveres y servicios básicos de salud, ya no porque las lluvias y derrumbes se hayan ensañado contra los pobladores de esa productiva zona, si no por culpa de la miseria humana reflejada en la inacción, indiferencia y negligencia, de los que deciden y administran la gestión pública.

Para la reconstrucción de los bordos fisurados por las turbulentas aguas de los ríos Chamelecón y Ulúa, 5 kilómetros puntualmente, las autoridades anteriores sacaron de la Secretaría de Finanzas 500 millones de lempiras.

¿Y a dónde fue a parar ese dinero, siendo que los bordos siguen, dos años después, igual que como los dejaron las dos tormentas tropicales?. ¿Quiénes ahora van a dar cuentas de esa millonaria cantidad de dinero gestionado para reparar los bordos, si las 70 fisuras detectadas siguen hoy, que ha comenzado la nueva temporada lluviosa, en la misma condición?

El mismo nivel de vulnerabilidad y peligro extremo en el que está asentada Tegucigalpa no solo es el resultado de la furia de la naturaleza o de la quebrada topografía de la ciudad. Se trata de la improvisación, de la falta de planeación en el desarrollo y el crecimiento de la ciudad a través de los años.

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Tegucigalpa tuvo un desarrollo sin planificación, con casas y colonias construidas en zonas de ladera o relleno, inadecuadas prácticas en los procesos de urbanización, y deficiencias en las técnicas de construcción debido a la informalidad. La capital no conoció sino hasta poco, planes de gestión de riesgo, a través de los cuales podía enfrentar o mitigar las amenazas y vulnerabilidades de los lugares que no debieron ser incluso habitables pero que hoy lo son.

Hay una premisa que reza que no existen desastres naturales, sino imprevisiones humanas, que agravan la vulnerabilidad misma de la sociedad ante los propios fenómenos naturales, y eso es lo que lamentablemente ha estado pasando en el país.

La miseria humana en su máxima expresión, en un país en el que la debilidad institucional terminó cooptada por el populismo electoral y el clientelismo político.

Entonces, ante la pregunta que todos nos podemos hacer, ¿por qué tanta destrucción y abandono?: las amenazas humanas que deplorablemente se convirtieron en vulnerabilidades estructurales. Esa es la respuesta.

Miramos lo que estamos viendo y nos damos cuenta cómo y por qué, miles de familias, el pueblo hondureño en general, vive y sobrevive entonces bajo riesgo extremo y abandonado a la suerte de la miseria humana que es la inacción, la negligencia y la imprevisión.

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