Crudamente está retratada nuestra realidad en el informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, presentado esta semana, y en el que se ha situado a Honduras como el país con la mayor desigualdad social.

Somos la nación con el índice de desarrollo humano más bajo de Centroamérica, con una relación de casi ocho pobres por cada diez personas. ¡Denigrante!

Son datos que confirman el fracaso de quienes han asumido el poder con motivaciones populistas, objetivos demagógicos, ambiciones de poder e interés permanente de mantener la cultura de la corrupción y de la impunidad.

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Es vergonzoso que, en más de 40 años que han pasado desde que nuestro país regresó a un ordenamiento constitucional, los líderes que nos han gobernado no hayan consensuado ni materializado políticas públicas articuladas y sostenidas en el crecimiento económico, la justicia social y el ejercicio honesto del poder político.

Porque son los políticos de distinta divisa, quienes nos han empobrecido más y sumergido en una denigrante condición de vida. Son ellos quienes han llevado la administración del Estado de Honduras a la deriva, sin un plan de nación y sin una visión de país.

Hace más de una década sufrimos una crisis política demoledora y, más recientemente, recibimos los embates del Huracán Mitch, y de las tormentas Eta y Iota.

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La pandemia sigue horadando nuestro sistema sanitario, el aparato productivo y nuestro sistema social; y para no variar, estamos aprisionados en una crisis mundial que nos pone en peligro de una recesión, inflación y hambruna sin precedentes.

Todas estas condiciones desfavorables nos han colocado en un callejón sin salida, justamente porque los gobernantes del pasado no han dirigido nuestro destino con visión clara.

Y quienes tienen las riendas de la nación en el presente período, tampoco parecen estar por el rumbo de un plan de país, sino más bien hacia una Asamblea Constituyente para perpetuarse en el poder y no para procurar el desarrollo de nuestro pueblo.

No es sólo que los hondureños tenemos el más bajo desarrollo humano, es que nuestra democracia no es incluyente, ni eficaz, y nuestro Estado de Derecho está muy debilitado.

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Semejante afrenta es la que hemos recibido de aquéllos a quienes les hemos entregado el poder. En vez de haber liderado un plan nacional para el desarrollo, la equidad, la transparencia, el buen gobierno y el bienestar colectivo, nos han conducido por la corrupción, la criminalidad y las alianzas malignas que han transformado a Honduras en una nación sin oportunidades de una vida digna.

Necesitamos enderezar nuestro camino y transformar nuestro Estado de Derecho, con vistas a una democracia efectiva, incluyente, apoyada en la independencia de Poderes y justificada por el poder de las mayorías.

¡O actuamos ahora o estamos condenados a la indignante condición de subdesarrollo económico, social y humano!

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