El inicio de año se caracteriza por ir acompañado de nuevos horizontes, expectativas de cambio y cosas diferentes; sin embargo, el 2023 no parece ser el caso.

La incertidumbre que arropó el 2022 parece extenderse hasta este año, dado que el no consenso a lo interno del Congreso Nacional para la aprobación del Presupuesto General de la República aunado con la elección de magistrados a la Corte Suprema de Justicia llama a los fantasmas de la volatilidad y polarización.

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A este contexto se le suma la parte económica que finaliza con una inflación, si bien es cierto, inferior a las expectativas que teníamos los analistas, instituciones nacionales e internacionales y el mismo Gobierno.

Esta sigue estando por encima del promedio de los últimos 15 años, afectando los costos de las empresas y el poder adquisitivo de los hondureños a la par de un crecimiento económico que será insuficiente – y  con proyecciones a la baja para finales de este y el próximo año – para generar desarrollo y prosperidad en los hondureños.

Una crisis de gobernabilidad que se agudiza con las reformas institucionales, un gabinete con poca o ninguna experiencia en el funcionamiento público y el aumento de la polarización en la sociedad impulsado por la debatida elección de la junta directiva del Congreso Nacional ha mantenido a la democracia en permanente tensión que se alimenta, además, por los bajos niveles de confianza en la institucionalidad pública, la insatisfacción respecto a la calidad de los servicios públicos y la velocidad que generan las redes sociales a las demandas que el Estado, hasta ahora, no ha sido capaz de cubrir.

Los jóvenes seguimos estando en la cola de las prioridades gubernamentales y así lo reflejan los datos, ya que finalizamos el 2022 con más de 982 mil jóvenes que ni trabajan ni estudian, representando una tasa de NiNi´s superior al 15%, siendo la más alta de Latinoamérica, lo que habla de las expectativas frustradas de los jóvenes y de la esperanza que mes a mes se esfuman lo que alimenta, con mayor intensidad, la crisis migratoria que sumada a una inversión extranjera en caída debido a la inestabilidad política, la inseguridad jurídica y el debilitamiento del Estado de Derecho, exacerba las tensiones sociales del país. Y así, Honduras, inicia otro año complicado con los niveles de incertidumbre, volatilidad, seguridad, riesgos políticos y polarización en incremento.

Por su parte, la inefectiva adaptación y mitigación a los efectos del cambio climático agravarán, año con año, la vulnerabilidad del país ante desastres naturales, generando mayor escasez e incremento en los precios de los alimentos, migración interna y pérdida en la calidad de vida de los hondureños en las diferentes regiones del país. Por tanto, pareciera que, en lugar de iniciar un nuevo año, estamos extendiendo las calamidades del año anterior.

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