María Isabel Sierra Martínez infundía temor, pero a la vez cautivaba por su belleza. Se le conoció como “La Diabla”, una pandillera hondureña que fue acusada por los delitos de asociación ilícita y tráfico de drogas en el año 2003.

También fue sospechosa de haber participado en varios asesinatos. Las autoridades siempre la señalaron como parte de la alta estructura de la Pandilla 18. Era la jaina, (novia o mujer de un pandillero) que lideraba la estructura criminal y, por lo tanto, siempre gozó de la protección de los pandilleros.

“La Diabla” también se hacía llamar Evelin Waldina Rodríguez Martínez y Santa Elena Sierra Martínez. Pasó seis años tras las rejas entre la Penitenciaría Nacional Femenina de Adaptación Social (PNFAS), conocida antes como CEFAS y los penales de Gracias, Lempira, Ocotepeque y Nacaome.

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Su hija, la única debilidad

Son muchas historias que se ciernen en la vida de esta mujer que atemorizaba a quien encontraba a su paso. Se caracterizó por su frialdad, pero tras ese blindaje de dureza el personal penitenciario que la conoció asegura que tenía una debilidad: el gran amor hacia a su hija, la niña que dejó por estar en prisión.

“Tenía cosas buenas. A veces el dolor, las perturbaciones que una persona puede tener en la vida los transforman. En el fondo María Isabel tuvo cosas buenas y una de ellas fue el amor hacia su hija”, dijo una juez de Ejecución.

Los guardias penitenciarios que le conocieron aseguran que al final de sus días en prisión, La Diabla cambió. “Transformó su vida, hubo incluso una periodista que la ayudó y ella encontró el camino en la religión. Hoy da testimonios, pero hace mucho que no sabemos de ella”, relataron.

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De apariencia ruda, pero sensual

En su paso por los diversos centros penitenciarios del país, en algo que coinciden las autoridades es en el extremo cuidado que María Isabel siempre tenía para vestir, para maquillarse y arreglarse el cabello.

“No salía de la celda si no estaba maquillada, arreglada. Para ella su presentación era lo primordial, quizás por eso siempre llamaba la atención”.

Tenía un porte elegante, muy provocativa, se mostraba imponente. Así hacen la descripción de esta mujer, que llamó la atención de los medios de comunicación en esa década del año 2000.

Esa sensualidad que caracterizó a La Diabla le trajo problemas y originó un ataque cuando estaba recluida en el penal de Gracias, Lempira. Un paisa intentó enamorarla, lo que generó un ataque de uno de los pandilleros que la cuidaba.

El paisa salió herido de varios machetazos. Los privados de libertad se amotinaron, exigían la salida inmediata de La Diabla del penal. El juez de Ejecución de Santa Rosa de Copán determinó trasladarla y la llevaron al penal de Ocotepeque.

Amenazó a un juez y luego le pidió perdón

Pero el traslado trajo consecuencias. La Diabla amenazó a ese juez que dio la orden. La misma Diabla, una vez en el penal de Ocotepeque, llamó al juez. Estaba enojada y le dijo que contara sus días.

El juez se mantuvo firme pese a las amenazas y no cortó comunicación alguna con la pandillera. Siempre la atendió. Quizá esta situación le valió para que tres meses después, la misma María Isabel lo llamara para pedir disculpas, para que la perdonara.

Esa era la forma de María Isabel de actuar. Amenazaba, se imponía, quería siempre tener el control y dominar. Pero tenía también un lado bueno, un lado que sacaba lo mejor de ella, los sentimientos y buenas acciones.

Meses después, La Diabla pidió el traslado. Explicó que quería estar más cerca de su familia y que el penal de Ocotepeque era muy distante para recibir visitas. Las autoridades penitenciarias le resolvieron y en enero del 2007 la trasladaron a Nacaome.

María Isabel bajó el perfil. No fue tan mediática la noticia de su puesta en libertad. Lo que sí se sabe es que en la prisión encontró la forma de enmendar y que ahora su vida cambió.

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