Miguel Sierra-Hoffmann, médico hondureño radicado en Estados Unidos, se
enorgullece de haber creado una solución ante el covid-19. "Solo nos pedían observar", recuerda.

Fue así que, junto a dos colegas, creó el tratamiento Catracho, compuesto por antivirales, antiinflamatorios y anticoagulantes.

"No es fácil dar la cara frente a los familiares, ver y consolar su llanto. Por ello decidimos que había algo que hacer", cuenta.

Radicado en Estados Unidos desde finales de los 90's, donde se especializó en medicina interna, infectología y neumología, se enamoró y conformó una hermosa familia de cuatro hijos con su esposa, Andrea Castilla.

Recientemente, Miguel Sierra-Hoffman viajó a Honduras y conversó con En Primera Plana de tunota acerca de la odisea que afrontó durante el inicio de la pandemia del covid-19 y cómo la sobrellevó.

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¿Cuál es su primer recuerdo del covid-19?

El primer caso lo atendí en Victoria, Texas, el 15 de marzo. No teníamos experiencia. Nos decían que había que comprar ventiladores, no dar antiinflamatorios, que era un virus que solo afectaba a los adultos mayores y, entonces, nosotros hacíamos lo que nos recomendaban los organismos internacionales. Es prohibido olvidar.

¿Se actuó mal en los primeros meses de pandemia?

Solo nos pedían observar, después entró el debate de la hidroxicloroquina, que nosotros aplicamos. El tiempo nos dará o no la razón. Pero, vea, nosotros estábamos en frente, veíamos cómo se morían los pacientes. Se le morían al doctor Valerio y al doctor Díaz, se me morían a mí.

¿Así nació Catracho?

Sí, de esa forma comenzamos a dar los medicamentos desde el primer día de ingreso y creo que el tiempo nos ha dado la razón. En un inicio se criticó el uso
de esteroides, antiinflamatorios, tocilizumab, oxígeno de alto flujo y la pronación (respiración boca abajo). Pregúntese, ¿qué es lo que se aplica ahora?

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¿Le genera satisfacción?

Claro que sí. Uno de los errores que se cometió en la pandemia fue, en cierta parte, guiarse por médicos o expertos de escritorio, con todo el respeto.

Se esperó mucho para tomar decisiones y eso mató a miles de personas. A nosotros, en cambio, era a quienes nos tocaba estar en el terreno de juego (…) ver uno, dos, cinco pacientes morir en un solo día. No es fácil dar la cara frente a los familiares, ver y consolar su llanto. Por ello decidimos que había algo que hacer.

Ahora bien, ¿cómo transcurrió su infancia en Honduras?

Hasta 1978 residí en el Barrio Abajo de Tegucigalpa. Viví una infancia perfecta, me crié con mis primas, que son como hermanas, y con los amigos del barrio. Recuerdo que desde peque no iba, con mi familia, al Estadio Nacional, en donde me hice aficionado al Olimpia, aunque después me enamoré del Vida, en La Ceiba, donde realicé mi internado.

¿Estudió medicina acá y el internado allá?

Sí, en 1982 ingresé a estudiar medicina en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH). Años después hice mi internado en La Ceiba, en 1989, y también mi servicio social. Por ello mi especial cariño hacia esa ciudad.

¿En Honduras ejerció como médico?

Seguí trabajando en La Ceiba, dos años como médico general, y después llegó la epidemia del cólera, entre 1993 y 1994, algo así como el covid-19 de aquel momento, pues era una enfermedad nueva y necesitaban médicos. Yo aceptó el reto y trabajó con una brigada de estadounidenses en La Mosquitia, quienes fueron mi puente para posteriormente estudiar mis especialidades en Estados Unidos.

¿Qué especialidades?

Empecé en medicina interna en julio de 1999 en la Universidad Drexel, en Filadelfia, y duro tres años. Tiempo después se me dio la oportunidad de una beca en infectología en la Universidad de Texas A&M. Después cumplí lo que siempre quise, estudiar neumología en la Universidad de Alabama, de donde me gradué en 2006.

¿Y se quedó trabajando allá?

Primero no. Recuerdo que el 26 de junio de 2006 salí de Estados
Unidos, para cumplir la ley, pero no pasó ni un mes cuando, estando en Honduras, me llamaron el 22 de julio. Me dijeron que podía regresar allá, ahora para trabajar como neumólogo, en lo que me he desempeñado.

¿En Estados Unidos formó familia?

Sí, allá conocí a mi esposa Andrea Castilla, también doctora. Ella nació en Texas, su padre es mexicano y su madre española, pero ahora también es hondureña ja, ja, ja; hasta en los partidos de la selección nacional me acompaña. Juntos procreamos a nuestros hijos: Helen, Diego, Michael y Nene. Mi hija mayor está próxima a terminar su carrera de medicina en Costa Rica.

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