La pandemia de la indiferencia hacia el agro nacional
En tiempos en los que la pandemia ha golpeado severamente el aparato económico y productivo, ¿ya constataron las autoridades nacionales las vicisitudes que está pasando el sector que los últimos años ha estado liderando las exportaciones agropecuarias?
Antes de que otras crisis y la actual pandemia sanitaria nos cayeran, Honduras ya había logrado capitalizar divisas anuales superiores a los mil millones de dólares a través de la producción y exportación de productos agrícolas no tradicionales.
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El país se había convertido en el principal exportador de sandía en Centroamérica y el número uno en la exportación de tilapia y camarón fresco, este último con ganancias que llegaron a sobrepasar los 200 millones de dólares anuales.
Cifras e indicadores que reflejan su vigorosa incidencia y vitalidad en la economía de Honduras.
Parámetros que nos orillan a preguntar; cómo está el sector, cual ha sido el impacto de la pandemia, ha cambiado el gobierno de turno su forma de ver la producción agrícola no tradicional mientras todas las miradas están puestas sobre la crisis sanitaria del coronavirus?
Si bueno, convertidos en uno de los mayores productores y exportadores de toronja en el mundo, las políticas públicas de estado hacia el sector habían sido tibias, ¿cómo esperaríamos –dirán unos- que durante estos casi cinco meses de pandemia, el vital rubro pueda estar recibiendo toda la atención y apoyo del estado?.
Con programas y hojas de ruta institucionales cortoplacistas, que si bien es cierto se han venido acometiendo hace unas tres décadas atrás, Honduras llegó a posicionar su liderazgo en la exportación –por ejemplo- de melón y okra a los mercados europeo y asiático, casi que sólo por la buena de Dios y el empeño del productor nacional, y no por las políticas integrales de estado enfocadas en la producción agrícola no tradicional.
El cacao hondureño, entre los tres más grandes exportadores de la región, pudo ponerse a la par de los más altos niveles de calidad y competitividad en los mercados más exigentes del mundo, porque el productor nacional se jugó todos los riesgos habidos y por haber.
Cuántas trabas no ha tenido que sortear aquí el productor nacional, sujeto prácticamente non grato para el sistema financiero, y sujeto de segunda categoría para el sistema crediticio oficial.
En tiempos en los que la pandemia ha golpeado severamente el aparato económico y productivo, ¿ya constataron las autoridades nacionales las vicisitudes que está pasando el sector que los últimos años ha estado liderando las exportaciones agropecuarias?
Y mientras demandamos que al menos se le eche una miradita al sector, a uno le sigue costando asumir cómo es que Honduras logró el posicionamiento que hoy ha alcanzado en por ejemplo la exportación de aceite de palma africana que anualmente trae al país más de 500 millones de dólares en divisas.
¿No creen que eso merece que al menos, al menos se ocupen y se preocupen por el sector, que ha sido por el cierre de los mercados internacionales, uno de los más afectados durante esta pandemia?
Y mientras no dejamos de imaginar lo que Honduras estaría capitalizando si los gobiernos de turno hubiesen apostado a políticas públicas integrales y sostenibles para potenciar y desarrollar el agro nacional, lo que hacia adelante se espera es que por fin ya acaben esas conspiraciones contra el agricultor nacional, y que por fin se midan los efectos económicos y sociales que eso ha heredado.
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