¿Los buenos o los malos? El gran dilema electoral
En momentos trascendentales que requieren de cambios urgentes y transformadores, los líderes deben ser poseedores de una visión extraordinaria, convincente, significativa y un estilo de liderazgo que genere confianza en el proceso de motivar, impulsar y llevar a los demás a sumarse con entusiasmo en busca de alcanzar sus objetivos.
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En toda organización los liderazgos se demuestran primero con eficiencia y no simplemente queriéndose situar al frente o pretendiendo que todo gire en torno a caudillos con habilidad de mando, un verdadero líder es aquel capaz de llevar a los que están con él hacia el éxito y este supone avances reales, objetivos, efectivos e indiscutibles.
En el caso de los partidos políticos, sus liderazgos deben poseer no solo la capacidad de movilizar, sino también de inspirar a la gente para que alcance ciertos objetivos, llevan implícitos procesos de empoderamiento y transformación, solo puede hablarse de un verdadero liderazgo político cuando por sus acciones se producen cambios sustanciales en beneficio de la colectividad, militante o no.
Si bien en la actividad política, un líder puede imponer su personalidad y su forma de hacer las cosas, esto no le avala para actuar de manera unilateral o autoritaria, quien traspasa estos límites pierde legitimidad, abandona la posición de liderazgo y se convierte en un perturbador social.
Esta visión de la ética política es muy distante de lo que acontece en la actualidad, en una gran generalidad los países viven a la sombra de un poderoso grupo de oportunistas de la política, dirigentes inescrupulosos de las diversas líneas ideológicas que por un lado hablan de entrega, sacrificio, disciplina, austeridad y por otro dilapidan los recursos públicos y asumen posiciones egoístas con el fin de mantener control y poder.
En gran medida la responsabilidad de esta decadencia política recae en los votantes, esos acostumbrados a las tradiciones, al voto duro, a la mal llamada disciplina partidaria, a seguir y vitorear a figuras mesiánicos sin importar que no sean los mejor calificados cuando lo que se requiere son votantes informados y actualizados de lo que acontece en el país, no adscritos ni militantes por conveniencia a un partido político, sino electores conscientes que voten en función de los antecedentes o propuestas que avalan o descalifican a determinado líder.
Ante la degradación de la figura del político como promotor social de desarrollo y crecimiento y el desinterés ciudadano, prima la demagogia y la escasez de propuestas en el abordaje de temas prioritarios, seguiremos sin respuestas a preguntas fundamentales ¿de qué problemas se van a ocupar una vez que estén en el poder?
En la carrera por la postulación presidencial los votantes deberían pesar en la balanza el lugar que ocupan en la agenda de los candidatos, cuál es la visión de trabajo desde la perspectiva social, económica, de política interna y externa entre otros.
También se debe considerar que tipo de personas son, cuál es su trato con los demás, su historial de vida personal, familiar, profesional o empresarial, tienen o no procesos judiciales pendientes, si han cometido o se han visto involucrados en actos reñidos con la ley, valoraciones que identifiquen si son o no merecedores de dirigir los destinos del país.
La nueva contienda electoral que se nos viene plantea un gran dilema para la nación y sus habitantes, permitir la consolidación de ese lado oscuro y degradado de los partidos políticos o abrirse a liderazgos nuevos, transformadores, estratégicos y organizados, con anhelos de renovación y revitalización de cuadros, las democracias urgen de hombres y mujeres que hagan de la política una actividad honesta, dinámica y acorde con las exigencias ciudadanas.
@aldoro/aldoromerohn@gmail.com
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