Cuando se habla de democracia, casi siempre se hace en abstracto, como si fuera un concepto para pocos, pero la democracia es asunto también de mujeres.

Representamos gran parte de la población mundial. Las decisiones políticas referentes a la democracia nos afectan y en el pilar de la democracia descansan los derechos humanos y con ello el derecho a la vida, a la salud, al empleo, a la justicia, la inclusión y la igualdad, entre otros. En la democracia descansa el pilar de la libertad de expresión.

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En Honduras, las mujeres representamos más del 50 por ciento de la población, y decisiones equivocadas tomadas por quienes nos gobiernan, nos tienen atascadas y en lucha constante por mejores espacios de participación.

La democracia se asocia a las mujeres casi siempre con la participación en política, pero es mucho más que eso.

La democracia tiene ver con dar a las mujeres mayores oportunidades para quienes son madres solteras jefas de hogar, para quienes cultivan la tierra y atienden el hogar sin mayor remuneración ni reconocimientos, para quienes tocan una puerta en un hospital público en búsqueda de atención o de un medicamento, para quienes sueñan enviando a sus hijos a una escuela para cambiar su futuro con las ventajas que da la educación.

La democracia tiene que ver con aquellas mujeres que sueñan por un mejor futuro, por esperanzas de vida sostenida y porque ésta les dé garantías sólidas para erradicar el maltrato, la violencia doméstica e intrafamiliar, así como para disminuir la impunidad relacionada con los homicidios que son objeto.

La democracia tiene que ver por considerar los derechos de los discapacitados, la comunidad LGTBQI y otros grupos vulnerables.

Por eso y más, la democracia es cuestión de mujeres. En Honduras, uno de los mayores saltos en política es contar con la primera mujer presidenta, altamente votada, pero con tremendo peso en sus espaldas: gobernar sin sesgos, gobernar con sabiduría, gobernar para la gente y con la gente.

Gobernar para dar rostro y voz a las mujeres, gobernar para ofrecernos un mejor país de oportunidades para la inversión, el empleo digno y remunerado, la seguridad ciudadana y la democracia de calidad a la que aspiramos los hondureños y las hondureñas.

Gobernar cuando los datos indican que los hondureños han entrado en un franco desencanto con la democracia, apenas un 34 por ciento de respaldo, porque sienten que ésta no les está dando el bienestar anhelado, aunque son conscientes que sigue siendo el mejor sistema de gobierno, contrario a los regímenes autócratas, que en el caso de Centroamérica tienen el mejor ejemplo en Nicaragua.

El triunfo de Castro ha sido visto como el retorno de Honduras a la senda de países democráticos, pero informes como el Barómetro de las Américas y el Estado de las Democracias en las Américas, de IDEA Internacional, advierten que la gente salió a las urnas y a las calles por un cambio. Esperemos que Castro haga la hazaña.

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