Los pronósticos nos dicen que debemos prepararnos para enfrentar los golpes fuertes de la naturaleza. Nuestro país está bajo alerta roja y amarilla, debido al paso de la tormenta Julia.

La temporada de lluvias ha sido intensa y nos ha dejado varios muertos; muchas decenas de miles de damnificados; 179 municipios completamente afectados; 5,341 viviendas con daños; 542 puentes fracturados e, igualmente, 973 carreteras deterioradas destruidas.

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Hasta el fin de semana, los cuerpos de socorro y de contingencia habían registrado 77 deslaves, 184 derrumbes, 130 desbordamientos de ríos, 37 fallas en el tendido eléctrico y 198 sistemas de agua colapsados.

Ahora estamos amenazados por el ciclón Julia que se prevé va a generar acumulados de hasta 200 milímetros con daños impredecibles.

Son muchos los problemas que han salido a flote en cuanto a la gestión de riesgos, con motivo de las adversas condiciones atmosféricas que sufrimos.

Sabemos que las emergencias derivadas de los caprichos de la naturaleza se han vuelto cíclicas. Cada año la inestabilidad en las condiciones del tiempo nos causa mayores consecuencias y nos vuelve más vulnerables.

Después de las experiencias aciagas de los huracanes Fifí en 1974 y Mitch en 1998, a los hondureños nos han venido encima tormentas tropicales y otros eventos desprendidos de los trastornos del clima.

No hemos evolucionado mucho en la respuesta temprana, ni en el manejo de las contingencias; aún pagamos el precio del abandono de obras de contención, de la improvisación y de las acciones tardías, con todo y los esfuerzos que llevan a cabo los organismos a cargo de atender las emergencias.

Queda mucho trabajo pendiente en el propósito de formular y poner en práctica políticas de prevención de desastres.

Los gobiernos locales deben avanzar hacia una estrategia que haga que maduren lo suficiente los planes de respuesta y coordinación de acciones ante los eventos climáticos de mayor poder destructivo.

Y en lo que toca a las comunidades en general, hay que decir que todavía es muy débil el sentido de prevención y de actuación consciente de los pobladores frente a las acometidas de la naturaleza.

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La devastación de nuestros recursos forestales ha seguido su curva y la erosión de los suelos llega a su punto extremo. Esta tragedia nos indica que somos nosotros mismos los que libramos una carrera de destrucción de nuestro entorno.

Los peores efectos de Julia están por venir, tal y como lo han advertido los expertos en meteorología. La naturaleza es de comportamiento errático y para nosotros, es cuestión de vida o muerte.

Debemos observar las normas de prevención, adoptar los instrumentos que nos permitan monitorear las amenazas atmosféricas y proceder de conformidad con nuestra fragilidad frente a tales eventos.

Porque las manifestaciones de fuerza de la naturaleza son más violentas y en nuestro país tienen repercusiones especialmente severas y de alto precio para nuestra existencia.

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