La tarde es intensa y hay mucha agitación en las calles, vehículos y peatones van y vienen. Es común en esta ciudad que los conductores no respeten las señales de tránsito, se pasan los semáforos en rojo sin importarles que en la otra vía o en las medianas, una cantidad importante de personas y vehículos espera con igual o mayor ansiedad la señal de avanzar.

Los peatones arriesgan a diario sus vidas transitando en medio de la vorágine vehicular, los motorizados conducen de manera temeraria y hasta se suben a las aceras para circular más rápido sin importar a quienes encuentren por enfrente, lo importante es llegar y no interesa como.

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Allí, en medio de ese ambiente, me sorprendió un hombre de unos 60 años, barbudo y bastante cansado, seguro por los años y el trabajo diario. Su semblante es de malestar, hace sonar con insistencia  la bocina de su automotor y grita una serie de improperios tratando de adelantar a “la brava” en medio de las angostas y deterioradas avenidas capitalinas.

“Señor, por favor, respete”, le dije en tono educado, pero sin mayor complicación me respondió “no me j……, si los grandes no respetan por qué yo si?".

Reflexioné entonces que a menudo nos encontramos en circunstancias similares. Queremos todo a nuestra manera, sin importar la forma en que debamos actuar o los medios a utilizar para ello.

Es común encontrar gente enemiga de la ley, que no respeta las filas o se molesta con el orden. Quieren ser los primeros a quienes se atienda aunque hayan llegado por último. Desean ser respetados, pero no están dispuestos a respetar.

Gente que busca hacer prevalecer a la fuerza sus derechos con actuaciones contrarias y reñidas con las buenas costumbres y las normas de convivencia ciudadana.

Estamos ante una sociedad en decadencia a la que parece importarle poco o nada los valores cívicos, morales espirituales y culturales.

Sin darnos cuenta, estamos llegando a niveles en donde prevalecen como normales las conductas agresivas e irrespetuosas, el menosprecio a la ley y a las personas es ya una práctica habitual.

Vivimos en medio de una sociedad acostumbrada a maltratar a sus semejantes y a cuestionar antes que a construir.

Nuestra sociedad parece estar agonizante en sala de emergencia, al borde de la muerte porque fomentó y practicó los vicios en lugar de alejarse de ellos.

Porque adoptó como norma de conducta la astucia, la injusticia, la maldad, el engaño y el fraude y dejó de lado la bondad, la solidaridad, los valores y principios cristianos, la honestidad, el amor al trabajo y otros que elevan la autoestima y fortalecen relaciones.

Pero las normas de conducta y comportamiento no deseado no solo han contaminado a la sociedad; primero llegaron al Gobierno, la política, el sector justicia, las comunicaciones, la empresa privada, el comercio, los centros educativos y en la misma familia, generando lo que hoy conocemos como decadencia social.

Una sociedad sin ley vive en desorden, pero un país en donde hay leyes y no se respetan está en crisis.

Es tiempo de devolver a la nación la honra y el respeto, es tiempo de ponerle un alto al deterioro social que nos está destruyendo. Si deseamos que muchas cosas cambien en el país, debemos cambiar primero nosotros mismos.

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Con mucho agrado y satisfacción recibimos y nos sumamos a la campaña promovida por Televicentro y Emisoras Unidas enfocada en reflexionar y demostrar que solo mediante la conciencia ciudadana y en unidad, como familia y sociedad podremos construir un país mejor para las actuales y futuras generaciones.

Es tiempo de soñar con una nación en donde prevalezca el estado de Derecho, que fomente una sociedad justa en lo político, lo económico y lo social, que como dice la Constitución, “propicie las condiciones para la plena realización del hombre como persona humana dentro de la justicia, la libertad, la seguridad, el pluralismo, la paz, la democracia representativa y el bien común”. Es tiempo de entender que solo unidos somos mejores.

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