“Enseñar, en el sentido de guiar a otras personas, niños, jóvenes y adultos a formar su personalidad, es uno de los trabajos más delicados de cuantos realiza la sociedad. Antes se le comparaba como un apostolado”.

La frase que encabeza este artículo corresponde a Ventura Ramos Alvarado, uno de los grandes pensadores futuristas en Honduras, maestro de generaciones, periodista, editorialista, escritor, un intelectual para quién la educación era ante todo un proceso de formación humana que desarrolla aptitudes en las personas con el fin de vincularlas con la vida y sus actividades sociales a efecto de convertirse en elemento fundamental para el desarrollo del país.

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La falta de acceso y de oportunidades para educarse que tiene un gran porcentaje de los hondureños, decía Ventura Ramos, ha producido a través de los años, una sociedad que no ha sido capaz de hacer buen uso de sus recursos naturales y humanos para desarrollarse de manera sostenible. A pesar de ser Honduras un país donde existe este potencial.

Como bien afirma en muchos de sus escritos el autor en referencia, cada época y cada sociedad asignan a la educación una finalidad según sus prioridades, necesidades y metas, por eso el fin de la educación no es el mismo a través de la historia, cambia, evoluciona, retrocede o se mueve conforme las exigencias lo requieren.

Hemos definido y aprendido que el objetivo primordial de la educación debe ser generar oportunidades de desarrollo para los ciudadanos, por lo que se hace necesario establecer modelos pertinentes y adecuados que garanticen la actualización de conocimientos acorde a la situación de cada momento en particular.

Para el caso, hace solo unas décadas estábamos conformes y satisfechos con una formación puramente teórica, memorística, que consolidaba la dependencia laboral, pero limitaba el desarrollo técnico.

Hoy no es posible pensar en ese modelo educativo, la etapa presente demanda un cambio en la finalidad del sistema y también en el trabajo en el aula de clase.

Los docentes de la modernidad juegan un papel más que trascendental en este proceso de desarrollo de un sector altamente politizado a uno cimentado sobre la base de la formación, la actualización y la innovación.

Se educa para el presente, pero también para el futuro conforme a las necesidades y aspiraciones de cada uno.

El sistema tradicional vigente ya no responde a las necesidades de transformación nacional, su estructura es obsoleta y ante la dificultad de encontrar una verdadera revolución a nivel institucional se hace urgente influir e impactar en el entorno desde la función social del maestro, como resumía Ventura Ramos, un profesional con formación política correcta, alta conciencia social, sensible a las necesidades de sus estudiantes y además abierto a un saber profesional que lo dotó con las herramientas pedagógicas y técnicas para enfocarse en sus nuevo papel de líder influyente y no simple transmisor de contenidos.

Se requiere entonces, adoptar políticas agresivas, ambiciosas y eficientes en la preparación del recurso humano si nos proponemos tener un país con mayor equidad y bienestar social y económico, de tal manera que es fundamental ir incorporando estrategias que faciliten el acceso de la población a la educación de calidad.

Los estudiantes ya no se motivan ni reaccionan a un modelo en donde el maestro es el que sabe todo y asume el protagonismo en el salón de clase, aspiran a tener un guía, un ejemplo a seguir, un líder que les impulse y les ayude a formarse y aprender, identificar sus fortalezas trabajar en sus debilidades. Ese el rol que social y profesionalmente se espera del buen docente.

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