El mercado internacional del petróleo ha entrado en un estado de volatilidad por el conflicto armado en Europa, lo que tiene en vilo al mundo y, en lo que nos importa a nosotros, amenaza con provocar una embestida histórica a nuestra economía.

Los vaticinios de los analistas locales atemorizan, ya que apuntan a que las consecuencias más severas están por llegar; tanto así que el galón de derivados del crudo puede alcanzar un precio de 150 lempiras, en tanto que la factura petrolera sobrepasaría los 2,000 millones de dólares al término de 2022.

En nuestra condición de país puramente importador de carburantes, no tenemos muchas opciones para enfrentar el torbellino que se ha desatado. En esa vorágine, se ha mencionado el posible retorno de Honduras a Petrocaribe que estuvo vigente en el "gobierno del poder ciudadano", entre 2006 y 2009.

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Diríamos que se trata de una propuesta "tirada de los cabellos", en razón de que el esquema por el cual Venezuela suministraba combustibles a Honduras por esa época, no incidió en el alivio en la cotización de los hidrocarburos.

Y tampoco tendríamos por qué crear falsas expectativas de que la vuelta a Petrocaribe se constituya en la salvación al encarecimiento de proporciones insospechadas que se proyecta para los combustibles. En principio de cuentas, Venezuela solamente produce crudo y los hondureños, como sabemos, importamos productos refinados.

No es la respuesta propicia para una circunstancia como la que plantea el mercado petrolero internacional, que ahora mismo está marcado por la inestabilidad y la incertidumbre como consecuencia del desplazamiento de piezas geopolíticas en el conflicto entre Rusia y Ucrania.

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En tal virtud es que debe movernos a intranquilidad y preocupación que nos vengan encima incrementos en serie o golpes a tropel que no sólo impactarán en las finanzas hondureñas, también en las condiciones de vida de las mayorías en inequidad social.

Por regla general la subida en el costo de los carburantes desemboca en el inflado valor de los bienes de consumo y en la grosera alteración en la tarifa de los servicios.

Debemos esperar, entonces, un salto en el costo de la vida, de por sí difícil de sobrellevar para más del 70 por ciento de la población que se encuentra en condiciones de pobreza o de indigencia.

Cada vez que ha estado latente la amenaza de una espiral incontrolada en el costo de los derivados del crudo o cuando éstos son consumados, surgen los planteamientos de una política de ahorro y racionamiento o se da aliento a opciones ilusorias, "sacadas de la manga" o insustanciales como la vuelta de Honduras a "Petrocaribe".

De nuevo escuchamos las voces de advertencia. Lamentablemente Estamos huérfanos de una verdadera política energética que esté conectada con el aparato productivo, con los indicadores macroeconómicos y con el equilibrio social que demanda la población.

Mientras no corrijamos esos baches, vamos a ir de uno a otro sobresalto y, lo que es peor por sus resultados, enfrentando la especulación en todo el aparato que mueven los derivados del petróleo.

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